Cultura
Carmen Aldunate: “Las mujeres de mis últimos cuadros están derrumbadas, igual que yo”
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Aunque vea todo borroso, no hay tarde en que Carmen Aldunate no se instale en su taller hasta altas horas de la madrugada. Como ya no puede pintar, agarra sus propios grabados y los rompe para luego transformarlos en collages. Es noctámbula, cuenta, asi que durante las mañanas descansa.
Un frío miércoles, a la hora de almuerzo, abre las puertas de su casa y se instala en su cálido living, repleto de obras de arte, entre ellas varias suyas. Enciende varios cigarros -lo logra bien a pesar de su ceguera- y conversa. De su vista y de su trabajo, pero también de su infancia, de sus recuerdos, de arte y hasta de feminismo. Carmen Aldunate en primera persona.
Vivir sin ver
“Te veo a ti como bulto. No te veo la cara. No sé si tienes el ojo abierto o cerrado. Veo las cosas grandes y me doy permiso para botar seis cosas diarias, después de eso me reto mucho. Llevo dos hoy.
Las mujeres de mis últimos cuadros están derrumbadas, igual que yo. Siempre trabajé mis cuadros en series, estas mujeres de Ocaso iban a ser 12. Llegué a la octava. Un día bajé al taller como loca. Ansias de pintar he tenido la vida entera, creo que desde que nací, pero nunca había estado con una angustia por pintar tan grande. Los ratos que no pintaba, no quería hablar con nadie. Pero cuando bajé a pintar la novena no pude, se me había ido la vista. Yo creo que de ahí venía esa desesperación, uno intuye. No es magia. ‘Cresta, hasta aquí llegué’, pensé. Me senté y esperé, porque tal vez podía ser algo momentáneo, qué sé yo. Pero no.
No sé vivir sin pintar. Entonces me desesperé. Bajaba igual todos los días al taller, porque no sé estar en otra parte. No voy a venir al living a hacer punto cruz, tú comprendes. Quiero descansar en paz, ojalá lo antes posible, pero no así. Me alcancé a deprimir una semana. Me han tocado ocasiones bastante duras en la vida, pero el never complain and never explain de mi educación me prohíbe llorar en público. ¿Cómo me voy a victimizar yo que he tenido la cueva más grande del mundo siempre? Siento que he tenido la mejor vida de todas.
Y como soy porfiada como mula, dije: ‘¿Qué voy a hacer? Tengo todo el derecho de romper y de hacer collages con mis grabados’. Eso es lo que estoy probando ahora: rajo, recorto, pego mis propios cuadros.
El temor a quedarme ciega lo tengo hace 40 años, cuando perdí el primer ojo. Un día fui donde mi oculista y le dije: ‘Mírame porque yo tengo angustia en los ojos’. Me dijo: ‘Primera vez que me vienen a decir tontera semejante’. Y ahí fue que descubrió las drusas que producen esta degeneración macular. Tuve que aprender a mirar por un ojo, lo que es muy curioso. Sabes que tú no miras por el ojo sino que por el cerebro y cuando se va la vista, las perspectivas se pierden. Vas a tomar un vaso aquí y lo agarras por allá.
Me leen, con eso no tengo problema. Y tengo todos mis libros en la biblioteca de audio. Soy muy buena lectora, me encanta que me lean y tengo muy buenos libros. Piensa que hace 40 años principié a buscar la forma de leer, porque sin leer no concibo la vida tampoco. Hace muchos años comencé a usar la Biblioteca de Ciegos, antes que hubiese tanta oferta de audiolibros. Es maravillosa, porque los que leen no son profesionales, son buenas personas que les leen a los ciegos. Entonces tú sientes al perro ladrar, al niño gritar. Ahora hay muchos programas en que tú te inscribes y son realmente maravillosos.
“Cuando perdí la vista me desesperé. Bajaba igual todos los días al taller, porque no sé estar en otra parte. No voy a venir al living a hacer punto cruz. Quiero descansar en paz, ojalá lo antes posible, pero no así. Me alcancé a deprimir una semana”
La tozudez de ser pintora
Fíjate que parece tan fácil construir una carrera como la mía, pero no sabes lo que me costó. Fui trabajólica desde chica y tuve taller desde que tenía 5 años en la casa de mis padres, porque mi madre pintaba, mi abuela pintaba, mis tías pintaban. Pero no te creas que me la dieron en bandeja. La primera exposición que hice fue con un cuadrito del tamaño de cinco centímetros por seis, por decirte, dibujitos que la Carmen Waugh me permitió colgar detrás de una puerta en la Galería Central, que era la única galería de arte que había en Chile. Yo iba todos los días a cerrar la puerta para que vieran mi dibujito.
Lo mío fue tozudez, trabajo duro. Además de pintar tejía suéteres de hombre, hacía nido de abeja para una tienda de moda, planchaba camisas. Hacía cosas para ganarme la plata. ¿Por qué comenzaron a gustar mis cuadros? Ahora dirán ‘a la cuica de la Carmen Aldunate le fue bien todo el tiempo’. Pero trabajé mucho, porque me encantaba. Fue una pasión.
No fue fácil, antes había poco espacio. ¿Cuántas galerías de arte hay ahora? Parecen callampas las galerías. Era muy estricto poder entrar a una galería y había jurados. No lo que ahora se llama curadores, ya ser curadora de arte es sentirse el papito Dios. Porque digamos, una sola visión, por mucho que hayas estudiado, es una persona que dice “esto me gusta o no me gusta”. Creo que tiene que haber un jurado con distintas visiones.
Una familia loca
Mi familia fue maravillosamente loca. Mis padres no se opusieron a nada mío. Yo podía decirles: ‘Voy a ir a poner una bomba al Vaticano’. ‘Perfecto mi linda’.
Tuve esta institutriz que mi mamá contrató de loca también. Porque nadie toma a una señora que llega con un baúl sin nombre hablando cinco idiomas desde Francia, la contrata como institutriz sin ninguna referencia de nada, y se queda viviendo en mi casa hasta que muere a los 100 años. Fue mi segunda mamá, la Toi. Yo nací el año que llegó, entonces fui la hija de las dos. Yo podía hacer pipí en el living y la Toi decía: “¡Wonderful Carmencita, wonderful!
Mi hermano más cercano tenía 20 años de diferencia conmigo. Fui concho pero absoluto. Un batatazo. Fundida de regalona. Mi mamá se casó a los 16 años. Mi hermana mayor tuvo su hija al mismo tiempo que mi mamá me tuvo a mí.
Me quedé esperando guagua antes de casarme y en esa época no era demasiado bien visto. Un escándalo. Yo tenía 18 años y estaba en París cuando me di cuenta. Llamé a mi papá y le dije: ‘Me voy a quedar aquí, voy a tener mi guagua y me las arreglo’. Me dijo: ‘Véngase para acá, quiero cuidarla yo y me importa un rábano lo que digan’. Por suerte mi mamá y papá eran totalmente liberales en ese sentido y me vine por ellos. Mi suegro también era muy liberal, pero mi suegra era la típica que decía: ‘Ojalá no se note’. No tuvimos un buen approach en ese sentido y ella hizo todo lo posible para que yo me fuera a parir en secreto a Osorno. Me fui a vivir dos meses a Osorno y parí en la forma más espantosa del mundo. No se la deseo a nadie. Ya pasó, pero realmente pienso cómo pueden cambiar tanto las épocas.
A mí me importaba un rábano estar casada. Siempre le dije a mi marido: ‘El casamiento para mí es una cosa legal que me hicieron hacer, pero no tengo ningún interés en ello. El día que te quieras ir, te vas nomás. El día que yo me quiera ir, me voy nomás. Que se arreglen los abogados’. Qué lata. Encuentro que el matrimonio es una idiotez. Pero mis hijas son lo mejor que he tenido en mi vida. Otro cuevazo porque podrían haber salido unos horrores. Y por suerte las dos son mujeres. Porque tener hijos hombres es un desastre. Mi hija María José, la pintora, vive a dos casas de aquí. Y Antonia vive a dos cuadras. Las veo todos los días.
Tengo nietos y dos bisnietas maravillosas. Una tiene siete meses y la otra tiene cuatro meses. Son guagüitas adorables. Me gustan las guaguas y cuando crecen también me gustan, pero ya como a los 10 años los odio. Cabros de mierda que hacen fiestas infantiles que no hay nada que pueda parecerse más a un infierno.
Noctámbula y antisocial
En la mañana yo no existo. Comienzo a existir desde las 2 o 3 de la tarde. Lo que pasa es que yo soy búho. En general, no me acuesto nunca antes de las 3 am porque encuentro que la hora más linda del mundo son las noches cuando no pasan autos. No suena el teléfono. Nadie te jode. Estoy en mi taller, leyendo, pintando o tratando de hacerlo. Soy muy feliz en la noche. Pero tengo que dormir mis horitas en la madrugada y después flojeo un rato. Siempre fui así salvo cuando estuve casada, que mi marido me despertaba agitando el diario sobre mi cabeza.
Siempre me gustó la noche, pero me carga la fiesta. Desde que era chica, cuando habían bailoteos, que en ese tiempo comenzaban a las 7 de la tarde y nos presentaban a los futuros pretendientes. Los odié en tal forma. Pero antes odié los cumpleaños infantiles. Yo tenía una institutriz y le decía: ‘Dígale a mi mamá que estoy muy enferma de la guata y con la plata del regalo me quiero comprar una revista, poner las patas en el radiador y quedarme leyendo’. Ese era mi mejor panorama.
Tuve harto pololo, pero no sé de dónde salían, no de las fiestas. Debajo de las rocas. Siempre en las partes más raras que te puedas imaginar. Tuve pololos bien entretenidos. Nunca fueron el cuico típico. Por el contrario, fueron casi todos de izquierda absoluta o muy bohemios o mucho mayores que yo, gente distinta.
En Chile somos gente fome. Atraviesa a Buenos Aires, que no está tan lejos, y ahí ves lo fome que somos. Pensé en un momento dado, cuando era joven y viví en Estados Unidos, quedarme a vivir allá, pero mis padres estaban muy viejos. Y eso me hizo volver, justo en la Unidad Popular. Cuando todos se iban yendo, yo me vine.
Paridad no
Encuentro que la paridad es de las cosas más insultantes para las mujeres. Si quieren hacer con eso una inclusión de la mujer, lo están haciendo al revés. Porque la igualdad tiene que ser por conocimiento, por talento, por inteligencia, pero no por género.
Faltaba que la mujer dejara de ser el florero que la habían hecho ser. La mujer era para casarse, tener hijos y sobre todo para decir ‘Alabado sea mi esposo’. Yo ni muerta. Pero esa era la tónica, que a mí no me gustó nunca. Yo no quería ser más que un hombre. Ni quería ser menos. Quería ser igual. Si yo pintaba, quería pintar y que se me considerara igual. Igualdad. Pero no, por favor, la paridad.
Soy lo más deslenguada que hay, pero no me arrepiento para nada. Tengo un problema serio con eso. Los de izquierda me encuentran lo más cuica que hay. Los de derecha me encuentran lo más roja que hay. No sé dónde estoy situada. Me gusta la gente, lo que hacen, lo que demuestran. No me importa de qué partido sean, por Dios santo. Encuentro que Lagos ha sido de los mejores presidentes que hemos tenido los últimos tiempos. Lejos, pero muy lejos. Y encuentro que las peores presidentas que hemos tenido es la señora Bachelet. La conocí. Es muy encantadora, pero no me gustó cómo hizo las cosas.
Visita guiada
No voy a exponer nunca más. Pero eso no me da nostalgia, las exposiciones serían lo único en que me habría gustado tener inteligencia artificial y crear un mono igual a mí que dijera: ‘Muchas gracias, muchas gracias por venir’. En una inauguración tú hablas puras estupideces y van a comer el sanduchito, tomar el traguito. Y en general, no te preguntan nada. Y después las galerías están absolutamente vacías.
Ahora han inventado estas visitas guiadas que son un poquito mejor, porque la gente se atreve a preguntar y ahí no son los snobs, sino que son los que verdaderamente se interesan. De hecho, en Ocaso (que está abierta hasta el 24 de agosto en el Museo Ralli) hay visitas guiadas que me han resultado curiosamente emocionantes. Por ejemplo, un papá que venía con su hijo, que tenía como 12 años, de Talca o de Curicó, algo así. Le dijo a su hijo que no fuera al colegio ese día y que lo iba a llevar a una clase que le iba a servir el resto de su vida. Vinieron por el día a la visita guiada. Me emocionó. Después una niñita que debe haber tenido 18 años y quería estudiar Arte se me acercó, me abrazó y se puso a llorar. Nada más. Me dijo: ‘Gracias’. Me dio una lección de amor.
Me parece que es una muy buena fórmula para que realmente la gente conozca que los pintores no son los de las películas, esos que viven en una eterna bohemia, maravillosa, entretenida. Me da risa cuando te dicen ‘voy a ir a pintar porque me distiende tanto, me descansa’. A mí me saca los choros del canasto pintar. No me interesa relajarme en absoluto. Yo terminaba de pintar a las 3 am y ni la placa de relajación me servía, quedaba reventada.
Y el ocaso
Ahora salgo cero. Porque con la operación del corazón me dejaron fregada. Me hicieron un tajo abierto para meterme una válvula y quedé cansada para siempre. Y después me vino el cáncer a la pechuga y decidí que yo no quería más doctores ni más nada. Así que no me hice nada. Dejar de fumar ni hablar, lo intenté alguna vez cuando todavía era joven. Pero ahora lo único que quiero es que llegue la Parca.
Trato de estar llena de vida. Pero no es fácil, te digo. No es fácil cuando estás cansada, cuando cada paso te cuesta, cuando bajar la escala es un horror, cuando ya no sales. Porque incluso ir aquí a la esquina, me agoto. Le ruego a la muerte que llegue luego. Así como estoy tan en contra del aborto, estoy tan a favor de la eutanasia. Para mí sería de los premios más grandes. El mes pasado estuve en la UTI como seis días. Me encontraron aquí sin sentido. Desperté en la UTI como tres días después y les dije a mis hijas: ‘¿Por qué me trajeron a Temuco?’ (ríe)
Les tengo prohibido que me traten como la vieja chota que soy. No me ayuden tanto. Ser un cacho es la parte más dolorosa de la vejez. Me acabo de lavar el pelo sola y eso es casi un triunfo, como haber subido al Everest.
Así todo, yo no me cambio por nadie. Pero más que nada por la gente que tengo alrededor. No por mí. Por mí me cambiaría enterita. Sería una argentina de poto parao, fantástica”.